¿Un administrador para la decadencia?
Muchos años de logros, algunos asombrosos, y de marquetear una imagen de cuna y alma de la libertad y la democracia a través de un imperio cultural (encabezado por Hollywood y sostenido en base a un gran poder de intervención económica y militar fuera de sus fronteras), Estados Unidos ha creado en el imaginario popular –propio y ajeno– la fantasía de una nación invencible. Y, en verdad, si las guerras no tuviesen un alto costo económico y político, podríamos admitir que lo fue, a pesar del fracaso en Vietnam, del actual empantanamiento en Irak y en Afganistán y de la mirada al costado cuando Rusia respondió a Georgia con su extraordinario poder de fuego. Ese imaginario –donde Superman todavía vuela, Batman hace justicia en Ciudad Gótica, Búfalo Bill pone en su sitio a los indios y Dios los ha designado para que cumplan su 'destino manifiesto’– no admite debilidades. Las guerras perdidas en la realidad son ganadas en el cine, y su poderosa prensa sigue sugiriendo que nacer en EE.UU. es lo mejor que le puede pasar a un ser humano. Millones de desocupados y hambrientos queriendo llegar a sus costas le confirman esta creencia. La mayoría ignora que más de 40 millones en el interior del propio EE.UU. anhela llegar también al país de las oportunidades que ellos nunca encontraron, a pesar de haber nacido allí y morar en su territorio. El fracaso estrepitoso de la experiencia comunista liderada por la URSS confirmó a los estadounidenses en su versión de haber elegido el camino correcto de la historia y, para muchos, incluido el actual y desteñido presidente, la certeza de contar con el favor de Dios.En verdad, a pesar de sus inmensas riquezas, a EE.UU., como antes a otros imperios, les tocará ser testigos de su propio ocaso. Los principales enemigos, según mi percepción, no serán los países que puedan entusiasmarse con la decadencia del más poderoso imperio de la historia de la humanidad, sino ellos mismos. Su incapacidad funcional para considerar al otro (al no estadounidense) como un ser autónomo con pensamiento y orientación propia, pensamiento que les ha llevado a los fracasos de Vietnam, Irak, Afganistán y a perder la credibilidad, su mayor patrimonio en un tiempo, entre quienes compartimos la aventura humana en el planeta Tierra. Si hoy el pueblo de EE.UU. elige al pequeño McCain, habrá acelerado su marcha hacia el ocaso, pues este soldado no se distingue demasiado de Bush y continuará con políticas externas dictadas más por el orgullo que por la razón. Su obsesión con Irak merecería que se le pregunte: ¿qué es para usted ganar o perder, señor McCain? Podemos imaginar su respuesta enmarcada en un final hollywoodense con la bandera de EE.UU. flameando allí donde no le corresponde.Si gana Obama, podremos al menos ilusionarnos con algo distinto, aunque a la postre, salvo milagros, será más de lo mismo. En todo caso, será un ocaso más escalonado y, seguramente, EE.UU., al dejar de ser el árbitro y última palabra de todos los conflictos, pueda ocupar un lugar respetable en la consideración ajena.
¿Qué es una crisis capitalista?
Santiago Alba Rico es un filósofo, escritor y ensayista español cuya observación crítica del mundo –que compartimos– lo conduce a lúcidas reflexiones que siempre expresa con una diáfana claridad pedagógica. En tiempos de sombra y confusión, es saludable sumar visiones del espanto que nos visita desde mucho antes de que se declare la crisis, y sobre la que los medios de comunicación solo repiten muletillas que sirven para adormecer la conciencia de la población, mantener vivo (de los que aún están vivos) un mínimo de esperanza y sostener así un sistema cuyos límites de deshumanización espantarían, si se tuviese la información adecuada, a todo aquel que tuviese la piel más delgada que la de un cocodrilo. Santiago Alba Rico, hombre de izquierda para su información, se pregunta: ¿Qué es una crisis capitalista? Y propone, como respuesta, ver primero aquello que no es una crisis capitalista. Y esto es lo que enumera como hechos que no determinan una crisis del capitalismo: “Que haya 950 millones de hambrientos en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista. Que haya 4,750 millones de pobres en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista. Que haya 1,000 millones de desempleados en todo el mundo, eso no es una crisis capitalista. Que más del 50% de la población mundial activa esté subempleada o trabaje en precario, eso no es una crisis capitalista. Que el 45% de la población mundial no tenga acceso directo a agua potable, eso no es una crisis capitalista. Que 3,000 millones de personas carezcan de acceso a servicios sanitarios mínimos, eso no es una crisis capitalista. Que 113 millones de niños no tengan acceso a educación y 875 millones de adultos sigan siendo analfabetos, eso no es una crisis capitalista. Que 12 millones de niños mueran todos los años a causa de enfermedades curables, eso no es una crisis capitalista. Que 13 millones de personas mueran cada año en el mundo debido al deterioro del medio ambiente y al cambio climático, eso no es una crisis capitalista. Que 16,306 especies estén en peligro de extinción, entre ellas la cuarta parte de los mamíferos, no es una crisis capitalista. Todo esto ocurría antes de la crisis. ¿Qué es, pues, una crisis capitalista? ¿Cuándo empieza una crisis capitalista? Hablamos de crisis capitalista cuando matar de hambre a 950 millones de personas, mantener en la pobreza a 4,700 millones, condenar al desempleo o a la precariedad al 80% del planeta, dejar sin agua al 45% de la población mundial y al 50% sin servicios sanitarios, derretir los polos, denegar auxilio a los niños y acabar con los árboles y los osos, ya no es suficientemente rentable para mil empresas multinacionales y para dos millones y medio de millonarios”. A lo que no constituye una crisis capitalista podríamos agregar, para hacerlo más doloroso y entrañable, todo aquello que ocurre por nuestras tierras, donde la mezquina promesa de un 'chorreo’ de la riqueza acumulada durante estos años de bonanza se ha revelado como una triste mentira.
(*) Diario Perú21
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