por Guillermo Giacosa (*)
Cuando el carnaval ha sido muy prolongado, los payasos terminan por incorporar su disfraz como una segunda piel y siguen actuando como si la fiesta continuara. Alguien debería decirles, sin embargo, que estamos viviendo el duelo de la fiesta concluida, con resultados que revelan un despilfarro mayor del imaginado, y que sería bueno, por tanto, que se quiten el disfraz, inicien una cura de silencio y se preparen para evaluar críticamente los desmanes producidos. Seguir hablando con la nariz roja, adosada a su propia nariz, si es que aún la tienen, y la voz afectada, como la calificadora de riesgos Standar and Poors que, unos días antes de su descalabro total, aseguraba para el banco Lehman Brothers la más alta calificación en materia de seguridad financiera, indica desvergüenza o simplemente emula a aquellos soldados japoneses que, refugiados en la jungla, no se habían enterado de que la Segunda Guerra Mundial había terminado hacía más de treinta años. Es posible que tercos y nostálgicos padezcan el síndrome del soldado japonés, con el agravante de que su aislamiento es más una prueba de locura que de falta de información. Nadie cree que el sistema capitalista haya llegado a su fin. Muchos sí creemos que esta forma salvaje, inhumana e irracional de capitalismo ha concluido su faena y a poco que seamos capaces de evaluar los daños producidos a la mayor parte de la humanidad, a los ecosistemas y a los valores que debieran poner al ser humano como centro de nuestros empeños, podremos construir una respuesta que, en primer lugar, asegure la prolongación de la vida en el planeta y con ello la supervivencia de la especie humana. Para que así ocurra habrá que devolverle a ese ser humano maltratado y ninguneado la dignidad que le fue hurtada durante tantos años, en los que la única globalización realmente generalizada fue la globalización de la pobreza. Terminada la fiesta la factura es grande, pero más grande aún es la desvergüenza con la que aquellos que dijeron no tener dinero para salvar poblaciones del hambre, niños del desamparo, mujeres embarazadas de partos mortales, enfermos de sida y tuberculosis de una muerte segura, etcétera, hayan aparecido con un paquete de 2,500 millones de millones de dólares para salvar el andamiaje que aceitó la marcha hacia la conclusión del carnaval. El sistema que abominó de subsidios que podían salvar vidas y proteger el medio ambiente sale ahora campante y decidido a salvar las instituciones que medraron desconsideradamente y en beneficio de unos pocos con un orden económico y social, destinado a concentrar la riqueza y generalizar la pobreza. La realidad es que hoy mueren de hambre 60,000 seres humanos por día; las 33 personas más ricas totalizan un capital de 937,500’000,000 mientras el ingreso per cápita de 3,000 millones de pobres es inferior a los 75 dólares mensuales y el de los más pobres aun es de 30 dólares al mes, etcétera. Ese es el resultado del carnaval. ¿Les quedan a los payasos ganas de reanudarlo?
(*) Diario Perú21
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