13.8.07

EL SALARIO DEL MIEDO (BORN TO BE WILDS)








Confabulación tanática por Jorge Bruce (*)
Los elementos técnicos y políticos de la problemática del transporte interprovincial han sido extensamente analizados en la semana que pasó. Enhorabuena. Quisiera referirme ahora a nuestra contribución psíquica colectiva a ese mal cotidiano que ataca -lo que no es noticia- sobre todo a la población más vulnerable, configurando otro síntoma de nuestro auténtico pacto social. Aquel que regula efectivamente nuestra coexistencia, rebajando la ley a un simulacro grotesco a cuya sombra transcurren tragedias mal llamadas accidentales. Por el contrario, lo que sucede en las carreteras peruanas es lo real. Los 'accidentes' son la consecuencia ineluctable de una suma de actitudes y omisiones al servicio inconsciente y silencioso de una pulsión de muerte que, en la práctica y bajo los gritos de dolor y escándalo, pretendemos ignorar.
Esto va desde las autoridades policiales corruptas que nos aguardan con sus 4x4 amenazantes a la vera de la pista, parándonos para intentar extorsionarnos con cualquier pretexto (me ha ocurrido varias veces), hasta la mirada curiosa e indolente de los pasajeros de los vehículos que bajan la velocidad para gozar del espectáculo de un choque o volcadura, con muertos desparramados de preferencia. He observado esas miradas con atención y casi nunca he detectado una chispa de compasión o solidaridad. O esos reporteros que agreden con sus cámaras o grabadoras a los familiares de las víctimas, en el lugar del crimen -suele ser eso el 'accidente'- y les hacen preguntas tan empáticas como: ¿Qué siente ante la muerte de su hijo? Algo así como María al pie de la cruz donde ha expirado Cristo, rodeada por 'periodistas' al acecho de sus reacciones.
Lo anterior no significa que los peruanos seamos indiferentes al dolor ajeno por naturaleza. En muchas ocasiones se crean cadenas de ayuda en situaciones de dificultad. El derrumbe de un puente tras el paso de un huaico regresando de Chanchamayo, le proporcionó a uno de mis hijos y su banda de rock, la oportunidad de integrarse a una de esas organizaciones espontáneas de socorros mutuos para vadear el río, lo que fue más significativo y memorable que el concierto interpretado en La Merced. Sucede que ante la ausencia de una cultura de la legalidad, en la que derechos y deberes rijan por igual para todos, gran parte de la gente sucumbe a un clima de resignación y abatimiento, donde la vida pierde valor vertiginosamente. Es comprensible el pedido de la ministra Verónica Zavala a los pasajeros, de no tolerar los abusos de empresas y conductores inescrupulosos. No obstante, falta un paso previo: antes de actuar como consumidor responsable y exigente, es preciso saberse un ciudadano amparado por la ley y el Estado.
Si la Policía -no toda- es corrupta, las autoridades competentes -no siempre- se lavan la sangre de las manos y el Poder Judicial actúa como en los casos de Panamericana o la mina Casapalca, si la Municipalidad de Lima elude dar cuenta de gastos millonarios y suntuarios, si el propio Ministerio del Interior hace compras oscuras en la Cachina internacional, con el apoyo del presidente, ¿cómo esperar de los viajeros que exijan servicios de calidad y denuncien a los infractores? Es cierto, igual hay que pelearla, pero no está cerca el día en que los accidentes sean eso: eventualidades y no tributos puntualmente pagados a una pulsión tanática, asolapada bajo la codicia, la corrupción y la irresponsabilidad.
Aparecido en la columna dominical del diario Perú21

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