Genocidas y cobardes
por Amadeo Martínez
Sí, sí, lo planificaron bien esta panda de asesinos en serie, de criminales de lesa humanidad, de genocidas y de cobardes que componen a día de hoy el Gobierno y la cúpula militar de ese minúsculo, pero despreciable país, que cuenta con uno de los Ejércitos más poderosos del mundo, antaño paradigma de la competencia militar y del orgullo patrio, y que en los últimos años se ha especializado en matar ancianos, mujeres y niños indefensos, en bombardear escuelas de Naciones Unidas, en masacrar selectivamente familias enteras en busca de la muerte instantánea de dirigentes enemigos, en arrasar centrales eléctricas para que las ciudades y, sobre todo los hospitales, no puedan disponer de fluido eléctrico, en bombardear a placer, y sin ningún riesgo, día y noche, ciudades y pueblos desarmados, en levantar “muros de la vergüenza” para separarse físicamente de la miseria de sus vecinos, en ejercer un férreo y despiadado control sobre una población palestina de millón y medio de ciudadanos, cuyo único delito es resistirse a una ocupación ilegal y deleznable, encerrándolos en el multitudinario campo de concentración en el que han convertido su propio territorio…
Sí, sí, lo tenían todo bien estudiado. Había que actuar, dar el terrible golpe militar, infringir el brutal castigo, producir el horror total y definitivo… antes de que el genocida por antonomasia del siglo XX, el invasor de Irak, el patocojo Bush, embutido en el uniforme de piloto de combate de su Armada, abandonara la presidencia de los EE.UU y con ello se cerrara la etapa de impunidad y vista gorda con la que la Casa Blanca les ha premiado todos estos años, dejándoles cometer todo tipo de atropellos contra el sufrido pueblo palestino.
Y teniendo todo listo y preparado hasta en sus más nimios detalles, incluida la nueva táctica a poner en marcha por el Ejército tras su fracaso en el sur del Líbano de 2006, les vino de perlas a los jerifaltes judíos, prepotentes y borrachos de poder al tener a su servicio de una de las más engrasadas máquinas de poder militar del mundo (más de doscientas armas nucleares de cabezas múltiples con sus vectores correspondientes de largo alcance), que Hamás cometiese el indudable error de anunciar al mundo el fin de la tregua con Israel. ¿Pero que tregua, ni que narices si el pueblo palestino lleva más de cuarenta años (desde la famosa guerra de los Seis Días de 1967) pisoteado por la bota israelí, humillado, vejado, arrinconado, aislado del mundo, prisionero en su propia tierra…? ¿Y qué rotura de tregua supone el hecho de que un pueblo ocupado y desesperado, como el palestino actual, lance unas decenas, unos centenares si se quiere, de cohetes artesanales, de petardos de feria fabricados por las noches en las cocinas de sus casas, con un ridículo poder destructor (siete víctimas mortales en ocho años de ataques) y que, además, son detectados al segundo de su lanzamiento por la sofisticada red de satélites militares israelíes, desplegada con tecnología yanqui, permitiendo a la población buscar refugio con casi total seguridad?
¿Y cómo se atreven los políticos y los militares judíos a denominar como legítima defensa a una brutal represión, a un asesinato en masa de civiles palestinos (en Gaza todos son civiles, allí no hay ningún Ejército regular, ni terroristas, por mucho que aquí en España la derechona mediática no dude en calificarlos así después de reconocer ¡faltaría más! el heroísmo personal y el patriotismo sin límites de que hicieron gala los madrileños que el 2 de mayo de 1808, con una faca en la mano y un par de cataplines entre sus piernas, se lanzaron a las calles a matar gabachos), a un genocidio de manual, a una masacre diaria y reiterada de ancianos, mujeres y niños? Y todo ello sin riesgos personales para los componentes de sus sofisticadas Fuerzas Armadas, que disparan a placer desde sus protegidos ingenios de destrucción como si estuvieran tirando al blanco.
Doce jornadas después de que comenzara la tragedia, los muertos son ya más de setecientos, los heridos más de tres mil, y ambas cifras no paran de aumentar a pesar del ridículo alto el fuego de tres horas diarias de duración que, magnánimamente, ha concedido el agresor para que puedan alimentarse y tenerse en pie aquellos a los que matará en los próximos días. Y la comunidad internacional (salvo algunas actuaciones personales, meritorias sin duda) y, sobre todo, los despreciables jerarcas árabes “moderados” (los sátrapas que vegetan a la sombra de Occidente y que temen a los radicales islámicos) viéndolas venir, cuchicheando entre ellos, mirando para otro lado cuando no poniéndose públicamente al lado de los civilizados genocidas de Tel Aviv.
La carnicería del Ejército israelí empezó con bombardeos de saturación (nada selectivos o “inteligentes” porque si así hubiera sido no se hubieran contabilizado casi trescientos muertos en cuarenta y ocho horas) sobre la pequeña franja de Gaza, de apenas cuatrocientos kilómetros cuadrados de extensión, en la que malviven millón y medio de personas. En esto el Estado Mayor judío no se calentó demasiado la cabeza. Se trataba de matar, de hacer el mayor daño posible, de asustar a la población para que ésta abandone a la organización guerrillera Hamás. Pero al mismo tiempo se distribuyeron profusamente, por los canales internacionales de información, vídeos y fotografías de Unidades acorazadas israelíes en sus bases de partida para el asalto terrestre a Gaza. Para cualquier experto militar, conocedor de la debacle sufrida por el Ejército judío en el sur de El Líbano hace dos años y medio, la idea de entrar por tierra en la franja era a todas luces descabellada. Israel no se podía permitir un nuevo desastre, ahora con Hamás en lugar de con Hezbolá. En la lucha urbana, con la táctica de guerrillas que magistralmente ponen en práctica los radicales palestinos, los soldados judíos tienen todas las de perder aunque se protejan en modernos carros de combate y en transportes orugas acorazados. Y efectivamente, el Estado hebreo no ha arriesgado nada en la operación terrestre tan alegremente anunciada. Ha invadido la franja de Gaza pero dejando de lado ciudades y núcleos urbanos, avanzando con sus blindados por zonas relativamente despobladas, partiendo el país en tres zonas (operación nada heroica, por supuesto) y dedicándose durante los cuatro días de “ofensiva terrestre” a la fácil, cómoda, y nada peligrosa tarea de masacrar a distancia a los palestinos (refugiados en las ciudades), con tanques y artillería autopropulsada. Así, ellos siguen con su táctica y con sus fines: matar a bajo precio, castigar despiadadamente al pueblo al que sojuzgó en 1967.
Esta horrenda masacre contra el pueblo palestino tiene, afortunadamente, fecha de caducidad: el 20 de enero de 2009, día en el que el repartidor de licencias para matar, el cafre de Bush, deje la Casa Blanca y se vaya al infierno. Hasta entonces, los gladiadores de Tel Aviv jugarán con el mundo entero su particular partida de chulería y prepotencia. Quizá, unos días antes de terminarse ese fatídico plazo hagan como que ceden y aceptan las propuestas de paz que estos días les llueven desde todos los lados. Pero ¡ojo! todo será un artificio, una postura perfectamente planificada por sus cerebros del terror. Pronto, dentro de unos pocos meses, a no ser que Hezbolá, crecida por su victoria, adelante la fecha de una nueva confrontación, todo volverá a ser igual. Los aviones sin piloto, los helicópteros invulnerables, los tanques con coraza de titanio, los transportes de infantería con inhibidores de frecuencia de última generación… todos a distancia, todos lejos de su enemigo porque el miedo se ha enseñoreado del que antes era uno de los mejores Ejércitos del mundo, volverán a matar palestinos impunemente.
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