Diario de la desocupación
Página 16: Las claves del Supermercado Plaza Vea
Hablaba del pasado, hace unos días. Se me presenta por etapas.
Me encuentro con mi buen amigo (del barrio y de la adolescencia) Guillermo Tejada en Plaza Vea dela Av. Brasil , el que corresponde a Jesús María.
El Guille era un palomilla de chico. En la secundaria se le dio por evolucionar y agarró una disciplina de estudios brava. Le pusimos el Tío Rukakaro porque nunca salía de su cueva. Estudiaba porque ya era inherente a su contexto. Como consecuencia se convirtió en un brillante Ingeniero Electrónico y en uno de los mejores catedráticos de San Marcos.
Es uno de mis amigos más queridos y su presencia y palabra medida y exacta son claridad pura, más aún, viniendo de un tipazo como el.
Porque Guillermo siempre fue un pata bien derecho y un hombre decente.
Hablamos unos minutos que bastan y sobran para entender la clave.
El es un ejemplo de estructura, lo que me falta. Yo todavía estoy duro y necesito prepararme con ahínco y voluntad de hierro para esas lides.
Ahí nomás, en el mismo sitio, en el susodicho Supermercado me encuentro con un amigo del colegio, Daniel Zambrano, un condiscípulo que ha hecho mucho por armar las asociaciones de Ex-Alumnos del Alejandro O. Deustua.
Amante del arte y la literatura, así como su hijo, escribe y baila y canta y bien.
Mario Benedetti es parte de nuestra amistad y en su poesía y en la comunión de una buena conversación en el Romeo (con dos cafés buenazos) reencontramos las huellas de los pasos perdidos evocando pretéritos romances y juegos idos.
Re-descubro mi clave permanente, asumir la bendición de trabajar en lo que me ha gustado siempre, en aquellas cosas en las que -prácticamente- dejo mi vida.
El tercer asomo, son una pareja a la que la una simpática cajera del sitio, decide atender antes que a mi porque el caballero está usando unas muletas. Estoy -sin darme cuenta- en la caja destinada para atenciones especiales. Preñadas, mujeres con bebe, cocharcas latosos, discapacitados y quiñados de ocasión.
Lo acabo de borrar del facebook, en ese afán mío de contar con sólo 999 amigos. Cosas de mi excentricidad. Nada personal con nadie. Es un juego de superchería.
Sin embargo reconozco en su esposa a la guapa joven, Liliana, compañera del secundario de mi ex-pareja. Un poco ya cargando años se mantiene atractiva pero señorona.
El, Luis, luce más o menos igual, indefinido entre las clasificaciones de edades obvias.
Lo de los aparatos ortopédicos puede deberse a un accidente automovilístico o a esas lesiones que se hacen los machos cuando se entusiasman en exceso con el fulbito y terminan pateando una piedra y desarreglándose un músculo.
No se si me reconocen o no. Tampoco me importa mucho, aunque siento que me miran de reojo mientras aguardo para recargar el celular. Los observo de soslayo.
Llevan un par de cosas: envases plásticos transparentes en los que distingo que esa noche van a cenar pastel de acelgas y ensalada de fideo fusili tricolor. Y entonces, entiendo. Se enciende lucecitas en mi pensamiento.
No hubiera querido vivir y tener ese cuadro en mi vida. Ya no más. Soy un focking espíritu libre al que esas actividades maritales de antiguos y reposados amantes, espanta como si se tratara de una peste fulminante o de una arma mortal.
Y aunque a mi me costó arrancarme esa sensación a tiramisú de limón que te da el enamoramiento burro y ciego, era obvio que mi trabajo estaba por otros lares.
Nadie tiene la culpa de que se cumpla el destino. De que emprendamos nuestros reales propósitos. Es una elección permanente la de un legítimo buen día.
Pude haber pasado otros veinte años más fingiendo ser amable, pero era hora de hacerme de la fuerza y de la fe para ordenar y desarrollar lo que tanto anhelo.
Y para eso, tan sólo me queda sacar de mi mochila el tiempo pasado y dejarlo en el mostrador en donde se olvidan finalmente todas esas cosas.
Ese es el precio de la pretensión ilusa de ser brevemente feliz.
Esta es la vida que escojo vivir.
Sin excusas, culpas, o lamentaciones.Hablaba del pasado, hace unos días. Se me presenta por etapas.
Me encuentro con mi buen amigo (del barrio y de la adolescencia) Guillermo Tejada en Plaza Vea de
El Guille era un palomilla de chico. En la secundaria se le dio por evolucionar y agarró una disciplina de estudios brava. Le pusimos el Tío Rukakaro porque nunca salía de su cueva. Estudiaba porque ya era inherente a su contexto. Como consecuencia se convirtió en un brillante Ingeniero Electrónico y en uno de los mejores catedráticos de San Marcos.
Es uno de mis amigos más queridos y su presencia y palabra medida y exacta son claridad pura, más aún, viniendo de un tipazo como el.
Porque Guillermo siempre fue un pata bien derecho y un hombre decente.
Hablamos unos minutos que bastan y sobran para entender la clave.
El es un ejemplo de estructura, lo que me falta. Yo todavía estoy duro y necesito prepararme con ahínco y voluntad de hierro para esas lides.
Ahí nomás, en el mismo sitio, en el susodicho Supermercado me encuentro con un amigo del colegio, Daniel Zambrano, un condiscípulo que ha hecho mucho por armar las asociaciones de Ex-Alumnos del Alejandro O. Deustua.
Amante del arte y la literatura, así como su hijo, escribe y baila y canta y bien.
Mario Benedetti es parte de nuestra amistad y en su poesía y en la comunión de una buena conversación en el Romeo (con dos cafés buenazos) reencontramos las huellas de los pasos perdidos evocando pretéritos romances y juegos idos.
Re-descubro mi clave permanente, asumir la bendición de trabajar en lo que me ha gustado siempre, en aquellas cosas en las que -prácticamente- dejo mi vida.
El tercer asomo, son una pareja a la que la una simpática cajera del sitio, decide atender antes que a mi porque el caballero está usando unas muletas. Estoy -sin darme cuenta- en la caja destinada para atenciones especiales. Preñadas, mujeres con bebe, cocharcas latosos, discapacitados y quiñados de ocasión.
Lo acabo de borrar del facebook, en ese afán mío de contar con sólo 999 amigos. Cosas de mi excentricidad. Nada personal con nadie. Es un juego de superchería.
Sin embargo reconozco en su esposa a la guapa joven, Liliana, compañera del secundario de mi ex-pareja. Un poco ya cargando años se mantiene atractiva pero señorona.
El, Luis, luce más o menos igual, indefinido entre las clasificaciones de edades obvias.
Lo de los aparatos ortopédicos puede deberse a un accidente automovilístico o a esas lesiones que se hacen los machos cuando se entusiasman en exceso con el fulbito y terminan pateando una piedra y desarreglándose un músculo.
No se si me reconocen o no. Tampoco me importa mucho, aunque siento que me miran de reojo mientras aguardo para recargar el celular. Los observo de soslayo.
Llevan un par de cosas: envases plásticos transparentes en los que distingo que esa noche van a cenar pastel de acelgas y ensalada de fideo fusili tricolor. Y entonces, entiendo. Se enciende lucecitas en mi pensamiento.
No hubiera querido vivir y tener ese cuadro en mi vida. Ya no más. Soy un focking espíritu libre al que esas actividades maritales de antiguos y reposados amantes, espanta como si se tratara de una peste fulminante o de una arma mortal.
Y aunque a mi me costó arrancarme esa sensación a tiramisú de limón que te da el enamoramiento burro y ciego, era obvio que mi trabajo estaba por otros lares.
Nadie tiene la culpa de que se cumpla el destino. De que emprendamos nuestros reales propósitos. Es una elección permanente la de un legítimo buen día.
Pude haber pasado otros veinte años más fingiendo ser amable, pero era hora de hacerme de la fuerza y de la fe para ordenar y desarrollar lo que tanto anhelo.
Y para eso, tan sólo me queda sacar de mi mochila el tiempo pasado y dejarlo en el mostrador en donde se olvidan finalmente todas esas cosas.
Ese es el precio de la pretensión ilusa de ser brevemente feliz.
Esta es la vida que escojo vivir.
H.D.P.