Ojo con la vuelta de tuerca tanática
El aniversario de la presentación del informe de la CVR parece haber sido la clarinada para una nueva arremetida intolerante y autoritaria. Esto incluye la crítica extemporánea a los textos escolares protagonizada por Mercedes Cabanillas, la descalificación de los ex integrantes de la CVR por parte del ministro Flores-Áraoz (“ya fueron”, dijo en una alusión siniestra y acaso inconsciente a los miles de muertos cuyas historias son relatadas en dicho informe), la enconada persecución al IDL por encargo del vicepresidente Giampietri, la homilía indigna e inoportuna del cardenal Cipriani o las matonerías fujimoristas que el congresista Raffo ha minimizado, sonriente, como una actuación entusiasta de su “barra brava”. Los pretextos esgrimidos oscilan entre la apología del terrorismo y la velada afirmación de que no se puede hacer tortilla sin romper huevos. El problemita es que esas tortillas consisten en decenas de niños asesinados –como en las fosas de Putis– o mujeres violadas repetidamente, como en tantos casos narrados por el informe, cuya versión abreviada, Hatun Willakuy, debería ser de lectura y análisis obligatorios en todo centro educativo, incluyendo a los institutos armados, por supuesto, aunque les pese a los congresistas, al vicealmirante, al ministro de Defensa y al cardenal. Solo estudiándolo se entenderá que se condena sin ambages al terrorismo y se reconoce el papel heroico y solitario de las FF.AA. (he visto en mi consultorio a uniformados que me han narrado el horror que vivieron, así como a quienes se encontraron entre dos fuegos mortíferos), abandonadas por el poder civil, lo que no implica encubrir la sistemática violación de DD.HH. que ocurrió en esos años aciagos.Todas estas personas parecen pensar que no tiene caso insistir en la defensa de los DD.HH. cuando nos encontramos abocados al crecimiento económico del país que, a la postre, será la única fuente de democracia e igualdad. Entre tanto, el hecho de que se masacre o abuse de campesinos quechuahablantes puede ser considerado como un costo inevitable del tránsito a la modernidad. ¿Para qué perder el tiempo investigando hechos del pasado que, además, le han ocurrido a los insignificantes, a los invisibles, a los prescindibles? Lo que este frente parece no entender –y con ellos muchos compatriotas que siguen optando por la indiferencia y la pasividad, que suele encubrir una voluntad soterrada de deshacerse de quienes no consideran a su nivel– es que, por inverosímil que parezca, esto les puede suceder a ellos. No es una amenaza: es un simple razonamiento probabilístico. En poco tiempo, un autoritarismo de otro cuño se puede tornar en su contra y esta vez serán ellos y sus allegados las víctimas que hoy menosprecian. Pero entonces ya no estarán los IDL para defenderlos porque APCI habrá conseguido clausurarlos.Ese es el sentido de la universalidad de los derechos humanos: protegernos unos a otros de la violencia hobbesiana que anida en todos los hombres y sociedades. Solo una visión distorsionada por el racismo y el hábito de los privilegios impide ver que las víctimas de La Cantuta, Barrios Altos, Accomarca, El Frontón o Putis son tan importantes como si perteneciesen a la familia más encumbrada de la sociedad. Convertir los juicios a quienes abusaron de la fuerza estatal en una persecución a los ex comisionados o a las ONG de DD.HH. es, por eso, producto de la ceguera ideológica que tantas veces en la historia de la humanidad ha engendrado las más espantosas y tanáticas vueltas de tuerca.
Resguardar al otro beneficia a todos
Si una persona –o un país– se limita a acumular riqueza, sin preocuparse de desarrollarse culturalmente, estará condenado a ser un pobre de espíritu. Pero desarrollarse culturalmente puede tener una infinidad de significados. La novela Las Benévolas, de Jonathan Littell, por ejemplo, narra la historia de Max Aue, un alemán ilustrado, lector de Blanchot y amante de la música de Couperin, cuyo trabajo es el de un oficial de las SS dedicado a mejorar la eficiencia de los campos de concentración nazis. No obstante, si tuviéramos que encontrar un mínimo común denominador para designar el desarrollo cultural que necesitamos, este sería el reconocimiento del otro y sus derechos, con los deberes que ello implica, en una sociedad democrática. En una semana ensombrecida por la barbarie fujimorista en el acto de memoria ante el monumento 'El ojo que llora’ (cuyo nombre no me gusta por sus connotaciones lastimeras, pero me identifico con el sentido del lugar y respeto la voluntad de quienes así decidieron nombrarlo), en un eco siniestro a la barbarie terrorista y de parte de las FF.AA., podríamos centrarnos en este reiterado fracaso ante el desafío de integrarnos como nación de ciudadanos en pie de igualdad. Pero otros ya lo han hecho en estos días, y el informe de la CVR prevalecerá como uno de los documentos más relevantes de nuestra historia por las dolorosas verdades que contiene –la fuente de las resistencias que genera– y su evidente buena fe, más allá de lo discutible que siempre hay en una propuesta que integra experiencias e interpretaciones (sin olvidar que para discutirlo hay que leerlo).Felizmente, otras situaciones demuestran que se puede crecer no solo en términos macroeconómicos. Es lo que ha sucedido con la ordenanza 294-MM de Miraflores, exigiendo que los locales públicos no discriminen la entrada y coloquen un cartel que diga: “En este local y en todo el distrito de Miraflores está prohibida la discriminación”. Otros distritos lo han precedido (San Miguel y Magdalena, en Lima, Arequipa, Camaná e Islay en Arequipa, Junín, Lambayeque, Abancay y Ayacucho), pero la concentración de negocios marcados con el sello de la exclusividad hace de esta una comuna emblemática. Por eso, esta ordenanza es un hito que hay que seguir con atención. Si se cumple, multando y clausurando a los infractores, el impacto será extraordinario. Sigue siendo una práctica cotidiana impedir la entrada a personas cuya tez, facciones o vestimenta no encajan con el estereotipo racista con el que los dueños anhelan blanquear sus establecimientos, incluso contra la lógica del interés económico. Es un gran paso, y hay que subrayarlo, en el proceso de integración y reconocimiento, sin el cual ninguna inversión nos sacará del atraso y la miseria en su sentido más vasto.Por otro lado, en un artículo de Pamela Montes en la revista Somos # 1134 se destaca el caso de la empresa de seguridad J&V Resguardo, cuyo éxito radica en la consideración con que trata a su personal. No veo mejor coaching que el ejemplo de los hermanos Javier y Pablo Calvo Pérez. Reconocer al otro y tratarlo con dignidad, incentivándolo con programas como “Mejorando mi casa”, “Compartiendo tu invierno” o “El sueño de tu hijo”, yendo a contracorriente de la discriminación –hay un porcentaje de personas discapacitadas y los 5,000 trabajadores están en planilla–, máxime cuando mi prosperidad proviene de su trabajo.Dos gotas de agua en el océano de nuestras inequidades, pero con un formidable potencial transformador.
(*) De su columna del diario Perù21
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