16.1.13

LA EXCOMUNIÓN FINAL DE LAS MELANCOLÍAS




La excomunión final de las melancolías 
Cap 1 
Parte 2
Un día, el proveedor del café, trajo a sus dos cuñados,Billy tenía unas hermosas hermanas rubias, blanquísimas como la leche, casadas con estos sujetos raros, uno de ellos era un gordito muy poco agraciado, bastante feo  para ser justos y el otro un flaco de quijada sobresaliente, y cierto aspecto desgarbado, con algo en su mirada que denotaba una ambición desmedida.
Querían vender langostinos  que traían del norte ya envasados en cajas y en diferente medidas, los langostinos  se clasifican por la cantidad de los mismos que entra en una libra, y como a todos, los ofertantes,   les hice referencia de los precios y la calidad con los que ya estaba trabajando.
Si ellos me podían  mejorar la oferta, les podía comprar a condición de que mantengan el precio por un buen tiempo.
Este tipo de comercio suele desplazar al proveedor que está afincado casi oficialmente, bajando el precio de inmediato y luego  lo suben a la tercera entrega, sin mucha excusa. 
Es un sistema pobre de ideas pero que resulta, muy digno de comerciantes minoristas ávidos de quitarle el negocio a otro.
En verdad, la administración del local, tenía su proveedor de confianza,  y tampoco lo iban a dejar mover con facilidad pero precio mata simpatías y logré que aceptaran al gordo y al flaco, aunque al final del juego, no sé como, el flaco le dio vuelta al concuñado y se hizo del negocio para su ahora independiente bolsillo. Fue el quien me introdujo al conocimiento de la metafísica.
Un día me invitó a almorzar al restaurante de un amigo común, me sondeó bien para darse cuenta que era un pichón en canasta de regalo y que podía contar conmigo en su ascenso hacia la nada.
Me prestó un par de libros de Connie Méndez, que fue mi primer paso en la lectoría de esos temas y de paso se convirtió en mi proveedor de comida para perros, porque, entre lo que también vendía,  tenía una estupenda mezcla americana de alimento canino.
Debo apuntar que después de leer los libros comenzó a pasarme una seguidilla de cosas buenas relacionadas con la tranquilidad que da del dinero cuando no se extraña su metálica presencia.
Y yo –cual bobo glorioso-  asocie prosperidad con plata y no con el bienestar espiritual que es la única verdad que he logrado desentrañar desde ese entonces: Prosperidad=bienestar mental, espiritual, de conciencia tranquila, lo demás mis sufridos lectores es un pajazo o un cuento.
Me volví devoto y el flaco mi maestro. Asociaba sus insólitas teorías con axiomas irrefutables y los hacía dogmas de fe.  Estaba cagado del cerebro de tanta credulidad sin el  beneficio inteligente de la duda, supongo que mi consumo de alcohol de esos tiempos me había matado esas neuronas de la desconfianza natural ante lo desconocido que se apoya en la labia o en la palabrería de ocasión.  
Lo peor es que no solo me jodí yo, sino que involucre a la bruja de mi ex esposa, que se volvió en una especie de radio evangélica cristiana que asociaba todo con claves y avisos celestiales, angeles y jerga de unixitron.
De ser una mujer especial, se tornó en una bochinchera de Dios, una beata sin iglesias, una creyente de prepotencias.
Y como tomábamos harto licor y vino, juntos, nuestras conversaciones (matizadas con música de Fito Páez) eran de lo más cacofónicas. 
Los dos nos disputábamos el cetro al más seguidor, al de mayor fe en la baba.  
El tema nos envició y mucha gente se alejó de nosotros porque éramos un par de bichos raros, de una soberbia espiritual antipática,  de una vanidad intonsa y retrograda.
En unos meses, éramos apóstoles de una sabiduría que creíamos merecer por derecho divino y que además era falsa. Llegaron más libros y más teorías, algunas que no cumplimos nunca porque para tanto no daba el asunto.
No había credo que nos hiciera dejar de lado los necesarios y deliciosos derrames crísticos, o baños de agua rica, o la sexualidad que nos alocaba y para lo cual teníamos una explicación perversa: no somos nosotros, son átomos de lujuria que viven en nuestra mente y toman el control. 
Si, como no.  Era como decir no fui yo, fue mi pene.
En ese laberinto de ideas alocadas comenzaron a nacer las melancolías pero eso ya es otro capítulo y no hay que adelantar el parto de los montes que nos acechaba. 

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