La excomunión final de las melancolías
Cap 1
Parte 2
Un día, el proveedor del café, trajo a sus dos cuñados,Billy tenía
unas hermosas hermanas rubias, blanquísimas como la leche, casadas con estos
sujetos raros, uno de ellos era un gordito muy poco agraciado, bastante
feo para ser justos y el otro un flaco
de quijada sobresaliente, y cierto aspecto desgarbado, con algo en su
mirada que denotaba una ambición desmedida.
Querían vender langostinos
que traían del norte ya envasados en cajas y en diferente medidas, los langostinos
se clasifican por la cantidad de los
mismos que entra en una libra, y como a todos, los ofertantes, les
hice referencia de los precios y la calidad con los que ya estaba trabajando.
Si ellos me podían
mejorar la oferta, les podía comprar a condición de que mantengan el
precio por un buen tiempo.
Este tipo de comercio suele desplazar al proveedor que está afincado
casi oficialmente, bajando el precio de inmediato y luego lo suben a la tercera entrega, sin mucha
excusa.
Es un sistema pobre de ideas pero que resulta, muy digno de comerciantes
minoristas ávidos de quitarle el negocio a otro.
En verdad, la administración del local, tenía su proveedor
de confianza, y tampoco lo iban a dejar
mover con facilidad pero precio mata simpatías y logré que aceptaran al gordo y
al flaco, aunque al final del juego, no sé como, el flaco le dio vuelta al concuñado y se hizo del
negocio para su ahora independiente bolsillo. Fue el quien me introdujo al
conocimiento de la metafísica.
Un día me invitó a almorzar al restaurante de un amigo
común, me sondeó bien para darse cuenta que era un pichón en canasta de regalo y
que podía contar conmigo en su ascenso hacia la nada.
Me prestó un par de libros de Connie Méndez, que fue mi
primer paso en la lectoría de esos temas y de paso se convirtió en mi proveedor
de comida para perros, porque, entre lo que también vendía, tenía una estupenda mezcla americana de alimento
canino.
Debo apuntar que después de leer los libros comenzó a
pasarme una seguidilla de cosas buenas relacionadas con la tranquilidad que da del
dinero cuando no se extraña su metálica presencia.
Y yo –cual bobo glorioso- asocie prosperidad con plata y no con el
bienestar espiritual que es la única verdad que he logrado desentrañar desde
ese entonces: Prosperidad=bienestar mental, espiritual, de conciencia
tranquila, lo demás mis sufridos lectores es un pajazo o un cuento.
Me volví devoto y el flaco mi
maestro. Asociaba sus insólitas teorías con axiomas irrefutables y los hacía
dogmas de fe. Estaba cagado del cerebro
de tanta credulidad sin el beneficio
inteligente de la duda, supongo que mi consumo de alcohol de esos tiempos me
había matado esas neuronas de la desconfianza natural ante lo desconocido que
se apoya en la labia o en la palabrería de ocasión.
Lo peor es que no solo me jodí yo,
sino que involucre a la bruja de mi ex esposa, que se volvió en una especie de radio evangélica
cristiana que asociaba todo con claves y avisos celestiales, angeles y jerga de unixitron.
De ser una mujer especial, se
tornó en una bochinchera de Dios, una beata sin iglesias, una creyente de prepotencias.
Y como tomábamos harto licor y
vino, juntos, nuestras conversaciones (matizadas con
música de Fito Páez) eran de lo más cacofónicas.
Los dos nos disputábamos el cetro
al más seguidor, al de mayor fe en la baba.
El tema nos envició y mucha gente se alejó de
nosotros porque éramos un par de bichos raros, de una soberbia espiritual
antipática, de una vanidad intonsa y
retrograda.
En unos meses, éramos apóstoles de
una sabiduría que creíamos merecer por derecho divino y que además era falsa. Llegaron más libros y más
teorías, algunas que no cumplimos nunca porque para tanto no daba el asunto.
No había credo que nos hiciera
dejar de lado los necesarios y deliciosos derrames crísticos, o baños de agua
rica, o la sexualidad que nos alocaba y para lo cual teníamos una explicación
perversa: no somos nosotros, son átomos de lujuria que viven en nuestra mente y
toman el control.
Si, como no. Era como
decir no fui yo, fue mi pene.
En ese laberinto de ideas alocadas
comenzaron a nacer las melancolías pero eso ya es otro capítulo y no hay que
adelantar el parto de los montes que nos acechaba.
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