7.9.12

DIARIO DE LA DESOCUPACIÓN


Diario de la desocupación

Página 17: Espinosa Espiritualidad





Hace años, cuando era un niño, un gordito bastante lacroso por cierto  (lo de lacroso dura hasta estos  tiempos de vino y rosas) se presentaron un par de curas a mi colegio de primaria.
Estudiaba yo en un pequeño negocio propiedad de un par de tías solteronas, castísimas, que como marca registrada usaban, para sus centros de desasnamiento,  los comerciales nombres de las vírgenes,  santos y señores  más rankeados,  Del Pilar, Del Carmen, De Lurén, De la Merced, De la Reconciliación y de la Reparinpanputa que las parió.
Así  pues que tan ligadas como andaban con Dios (*1) y la jerarquía eclesiástica que dice representarlo, cada año sometían a los alumnos del quinto de primaria a una especie de prueba o test  de vocación sacerdotal.
Los recuerdo como si los estuviese viendo, con sus sotanas mariconas, casposos, con esa mirada culposa del onanismo desmedido, con esa mentirosa vocación para la nada que tienen los fantasmas, los farsantes y los que pretenden agitarnos la conciencia.
Con su acento español de cinco esquinas y su actitud de aprovecharse de la sorpresa que nos presenta lo desconocido, repartieron en las carpetas, una especie de examen impreso que supuestamente iba a medir quienes de nosotros estábamos más cerca de Dios (*2)
El más desagradable de los dos se acercó a mi sitio y me dijo suavemente, que yo podía salir, que estaba exonerado del proceso. Y yo, feliz,  me fui al patio con mi pequeña pelotita y mientras mis compañeros eran testeados para ver su proximidad a Dios (*3), yo me jugué la final del mundial imaginario y logre darle el pase del gol, al Cholo Sotil, con el que fuimos por única vez, en nuestra jodida historia pelotera, campeones mundiales de futbol.
Años más tarde medité mucho sobre el tema y como yo era un intelectual y era un poeta y era de izquierda, joder, que tenía que ser ateo, y joder que después me volví agnóstico porque sonaba vargallosianamente más bonito y hasta tenía más estilo y más caché.
Creencias y poses que me duraron hasta cuando  mi viejo  fue llamado a su juicio personal siendo tan joven y decidí reconciliarme con Dios (*4) y hasta me casé por la iglesia, con misa, coro, y vestido de posible víctima para la inexorable mala sangre que nos causa la desmedida ilusión.
Incluso comencé a ir a misa, un par de veces por semana, a las doce como en el vals huachafo,  y tuve el atrevimiento de querer comulgar y hasta intente confesarme.
De seguro estaba embalado con semejante guiño al cinismo y con esa facundia de los buenos escribidores estaba relatándole mi dolce vita al hombre escondido tras la redecilla (confieso que en mi primera comunión me senté en el reclinatorio pensando que era una sillita para el alma aún enana) y de pronto el ibérico exclamo, hijo, por dios, que lo tuyo no tiene perdón del cielo.
Que no me joda. Quién, que no haya vivido con cierta intensidad, no sabe de los estragos del Cali Pachanguero (*5) de las noches de tiros sin pistolas. Quién, que no haya tomado como para una noches loca de copas, no se despierta en medio de dos cholas anónimas, o de alguna fauna femenina de saldo y esquina.
El sobresalto del  ensonatanado, con ese falsete delator obviamente homosexual, no venía al caso. Pero era evidente para un templo que representa las ruinas del perdón y la indulgencia.
Años más tarde, la metafísica,  con nombre, libros y maestros indexados,  me buscó sin que yo lo deseara y hasta ahora –cuchumil años después-  lo único que he podido determinar es que ni siquiera puedo domesticar mi inquieta esencia tan llena de debilidades y de inventarios de tinieblas y que la vida se me presenta tan deseable como la mirada apasionada de la desnudez del amor, o tan detestable como el levantarme de la cama tibia y protectora para ir a trabajar al mundo de la desprotección que es esta puta jungla de frío cemento.
El mejor consejo que suelo dar es que no me pidan consejos. No tengo autoridad moral, vocación de psicoanalista, tiempo, ni dinero para semejantes excentricidades.
Te digo, loco, loquita o whatever, que un loco es faltamente loco, así como un sabio es fatalmente sabio y que el mundo está lleno de buenas voluntades regadas por  las aceras de las buenas intenciones que han empedrado el camino de todos los infiernos.
Estamos rodeados y podridos en la más hedionda y adictiva hipocresía de querer vendernos como buenos sin importar el costo y por eso repartimos sentencias y juicios que no son más que la  auto sentencia del propio desmadre. 
Libérate siendo feliz y cumpliendo la tarea que se te ha encomendado desde que viniste a este planeta escuela, que es salvar al mundo salvando tu propia vida.
El cómo es lo que nos hará distintos. Usa tu propia fe.
Pero siempre entendiendo que no podemos huevear a nadie y menos a Dios (*6)
Say no more.
(*1)  El Padre celestial, para estas tías era como un socio secreto.
(*2) El viejo para nosotros era como un profesor con una larga palmeta.
(*3) El hombre de arriba para mis amigos seleccionados para ser futuros curas fue como el dueño de la hostería que se olvida siempre  servir el almuerzo y todos desertaron de su vocación religiosa unos pocos años más tarde
(*4) Desde ese entonces Él  y  yo estamos en paz, es más, yo diría que me engríe en exceso, siendo tan generoso y tolerante con mis diarias impertinencias.
(*5) Taquicardia e insomnio que se presenta la resaca después del uso y abuso de la cocaína
(*6) Dios no les cree nada a esa cáfila de pelotudos que andan regalándoles cosas a los niños pobres  (de Ripley, a crédito) o que se visten de morado en octubre, mientras en la misa del domingo le miran el trasero  (escaneándoselo) a la feligresa de la fila de adelante.
H.D.P. 

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