18.10.17

LA ÚLTIMA CARTA DEL ASESINO



Para liberar mi conciencia, es necesario que escriba, porque debo confesar que soy un asesino, un hombre que ejecuta sin frialdad a sus víctimas propicias.
No lo hago por dinero, lo hago por autoestima, hasta el momento he cometido tres crímenes de los cuales no me siento ni culpable ni orgulloso. Muertes que ahora me son indiferentes.
Siempre fue igual, las relaciones con mis víctimas se mantuvieron por algunos años, y luego me enardecian con una fiebre de impaciencia. Me impacientaba incluso el afecto, aunque la mayoría de mis observaciones estaban en compartir la vida diariamente. Me molestaba desde como cogian las llaves del coche para llevarla tintineando con una especie de felicidad estúpida hasta encontrar los ambientes de la casa revueltos con sus perfumes, sus olores o sus emanaciones. 

A las tres las maté de la misma manera,  como estoy pensando cometer mi cuarto asesinato, la Magnum 44 (que además es la única forma de pistola que conozco, por las películas de cine alas que soy aficionado) construida con el áspero metal de la rutina, esperar el momento de silencio, colocar el arma en la frente en medio de los ojos y tirar del gatillo, sin sentir absolutamente nada. Deshacerse del cuerpo es lo más fácil.  Tampoco falta algún ganapán que se haga del trabajo pesado por unas cuantas monedas y se haga del cuerpo por el resto de sus días. Esos abundan. Y hacen sus miserias con un orgullo digno de mejores causas. 
Apuntó que no entiendo porque esta vez se me hace mas dificil. 
Envejezco, de seguro, apegado a las rutinas. O me he vuelto flojo, o me estoy poniendo como un tonto sentimental. 
Lo cierto es que la nueva Magnum se ha ido formando con el tiempo y reconozco en ella un poco más de peso, que sus antecesoras, que deseche la misma noche en que las usé. 
Ella vendrá, espero que se vista para esta luna con su ternura extraña, (calzoncitos como tangas, medias negras, pese a la flacidez) y luego de poseerla -como hice también con las otras- y mientras descansa el sutil orgasmo, colocaré el arma como ya he señalado antes y acabaré con su vida de apremios entre su propia lentitud. 
Y aunque sus gemidos fuertes, casi me hacen desistir, no he podido evitar realizar el ritual nuevamente, casi con gusto.
Pum! adios proyectos al futuro, viajes y demás ilusas ilusiones. 
No, pero esta vez la bala ha atravesado contra mi conciencia y me veo sangrar y ahogarme en  mis últimos estertores, mientras en este femenino rostro final descubro los ojos del verdadero amor. 
Yo era un asesino, ahora soy un suicida involuntario, otro más a una lista patética. 

De "Desconocido y otros cuentos aún más desconocidos"
Hugo Del Portal

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