23.8.13

DIARIO DE LA DESOCUPACIÓN



Diario de la desocupación
Pagina 26- No hay gestos inequívocos

Tenía que viajar. Era un trashumante ser, preso de violentas prisas, de odios liberados, de desenfados urgentes, de regresos impostergables.
El terminal terrestre estaba atestado de paisanos vestidos a la usanza de su region, ropaje para el frío duro y tejido con maestría ancestral.  
Sintió que lo miraban con sorna en su condición de apurado pasajero.
Escogió -sobre un mostrador en donde lo atendía una distante señorita- un pasaje en el segundo piso del ómnibus. Era todo lo que había disponible.
Mirando de reojo, sobre el impreso, constato que le tocaba de compañera de viaje una dama, de treinta y tres años, su nombre no decía absolutamente nada pero evidentemente olía: Jazmín. 
Siguiendo con el enojo del apuro, trepó al gigantesco ofidio metálico mientras un jovencito amanerado disfrazado de terramozo le indicaba que le tocaba el segundo piso y que apagará su cigarrillo, lo cual hizo no sin antes putear contra las leyes absurdas que le impedían consumir el tabaco. 
La tarde mejoró de golpe. En el asiento 14, al lado del número 13 que le había tocado (no reparo nunca en esa señal del destino) se encontraba una chica que se presentaba al mundo con una blusa escotada de la cual brincaban dos pechos grandes, pecosos y provocativos. 
Mientras acomodaba su maletín de viajero en el portaequipajes y su laptop dentro del morral, se cercioro que además del busto, la señorita en cuestión tenía un magnífico par de piernas que una minifalda atrevida dejaba ver. 
Al sentarse, sintió la tibieza de su muslo adhiriéndose sin temores al suyo y un calorcito especial de deseo se instalo en el ambiente. 
No estaba tan mal la cosa después de todo. El juego parecía prometer. 
Me llamó Jazmín, dijo la pasajera y después de darle la mano, sosteniéndola, como si la pesara o midiera, le aplico un beso en la mejilla.
Disertó un rato sobre banalidades a las que Javier fingió prestar atención hasta que el carro arranco luego de zapatear un par de veces. 
El transporte se interno en la carretera, como si se desplazara por un pasadizo hacia las fauces de una noche feroz y hambrienta. 
Al rato, la chica empezó a dormitar y a hacer algunos ruidos blupsomanos con la boca, rechinaba los dientes con cierta agitación contenida. 
Luego cayo en los abismos profundos del sueño inexorable que debe sobrevenir a todos los cansancios. 
Tanto así que apoyo su cabeza en el hombro de Javier que algo incómodo comenzó a lanzarla suavemente hacia el lado izquierdo. El estomago de la mujer hizo ruidos raros. Sonaba como una indigestión en ciernes. 
Casi imperceptiblemente Javier notó que la chica lo observaba un poco de reojo entre los ojos a medio cerrar. Minutos después vinieron los roces.
Ella tocaba con su rodilla la pierna de Javier, era un toqueteo evidente, obvio, empujaba su pierna contra la de el como si frotándola y como si de esa forma fuera a encender alguna fogata tardía para el trayecto.
Javier se sintió halagado: su ego creció como el de un animal sobrealimentado para los efectos de un ágape multitudinario.
El también comenzó a jugar empujando la pierna de la joven con su rodilla e incluso levantandola ligeramente para tocar el inicio de un muslo carnoso y comestible, a todas luces y a obscuras bastante tentador. 
El asunto duro algunos minutos. 
Tanto forzó la pierna que un calambre lo asalto por segundos. 
Lo de Jazmín paso a ganar sitio, cada vez se pegaba mas y empujaba con mas fuerza, en un momento, Javier distinguió su rodilla con forma de pan francés sobre la de el. Cuando acercaba su mano, para buscar el rastro húmedo del ojo ciego, ella empujo mas fuerte y puso su cabeza entre las piernas de Javier, por leves segundos y luego entre las de ella misma, y precedido de un grito gutural y nauseabundo comenzó a arrojar los alimentos, a vomitar desesperada-mente en el piso del pesado vehículo salpicando los zapatos de todos sus vecinos.
No hay gestos inequívocos pensó Javier, cuando el deseo puede ser tan literalmente pasajero. 

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